sábado, 27 de junio de 2015

Derechos humanos en La Costa.

 Mirando detrás de la Violencia.



Miren este vídeo y presten mucha atención a lo que dos ciudadanos victimizados transmiten a sus pares.
Una de las reflexiones que  se expuso con crudeza y realismo es el análisis de la efectividad de las marchas reclamando Justicia y Seguridad.

Nunca dieron resultado, porque como afirmó Einstein en un conocidísimo apotegma...






¿Alguna vez hemos conseguido cambios en nuestro degradado y funesto statu quo?

Repetir entonces las marchas, las expresiones multitudinarias, los discursos encendidos ¿serán efectivos?

La respuesta es definitivamente  ¡ NO !



Escuchémoslo de una de las víctimas  cuando propone la búsqueda de otras formas de lucha.






Grabemos en nuestra mente que aquellos que son los responsables de cambiar la situación
carecen de idoneidad e interés en hacerlo; de sus labios sale la expresión de "Mafia"
Las encuestas muestran que  la inseguridad  es  una de las 
máximas preocupaciones de los argentinos.


En el Partido de La Costa se 
registra hoy una dramática presencia del delito y la 
violencia. No estamos frente a un fenómeno transitorio, sino ante las 
consecuencias dramáticas e inevitables del colapso del sistema de seguridad. 

Colapso que no puede desprenderse del colapso general del Estado.

El Estado, cuya modernización y redefinición funcional era inevitable, en 

vez de transformarse para ejercer sus responsabilidades indelegables, se ha 

esfumado dejando a la sociedad en estado de absoluta desprotección.
No habrá posibilidad alguna de recuperar seguridad si no recuperamos 
primero al Estado como instrumento moderno, eficiente e imprescindible 

de una convivencia civilizada. La inseguridad que tanto nos abruma y que 

tantas vidas nos cuesta no disminuirá mientras el Estado no reaparezca, 

primero  la dirigencia, como un actor insustituible de la vida social.

De nada valen leyes más duras, si las que tenemos no se aplican, a los 
delincuentes no se los detiene, los presos no se reeducan y la sociedad no 

participa. 

Si en vez de un sistema tenemos un círculo vicioso contaminado 

por policías deshonestos, legisladores distraídos ideológicamente, jueces 

corruptos, vagos o ineficientes, cárceles que son escuela del delito y una 

comunidad sumida en el individualismo más salvaje, la seguridad no será 

otra cosa que lo que hoy es, una utopía cada día más lejana.
No hay para 
estos males remedios parciales ni soluciones simples.


Admitamos de una vez  
que el sistema estatal de seguridad ha eclosionado y su reconstrucción, que 
es parte de la reconstrucción del Estado, no admite otro milagro que el de 
que exista una sólida voluntad política decidida a lograrlo.


La Argentina de hoy vive una guerra civil no ideológica. Los delincuentes violentos que provienen de sectores económica y moralmente marginales, 

fueron excluidos por el sistema de toda posibilidad de integrarse y educados 

en la convivencia con aberraciones peores aún que la misma muerte. Para 

muchos de ellos su vida no vale nada,menos valiosa aún es la vida ajena.
El asistencialismo, necesario para la satisfacción de necesidades primarias, ha
sido convertido en la fuente principal de ingresos y la llave de acceso al consumo; 

"el trabajo es un derecho, que crea la dignidad del hombre, 
y es un deber porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume"  afirmaba Perón. 
Los políticos de esta década ganada ¿han respetado esta sentencia?.
La respuesta es no, las consecuencias están a la vista, las padecemos cotidianamente.


Cualquier intento serio de recuperar niveles de seguridad aceptables deberá 
estar acompañado por medidas dirigidas a mejorar la distribución del 

ingreso y reducir los intolerables niveles de exclusión que soportamos hoy. Es 

absolutamente cierto que la inmensa mayoría de los pobres no son 

delincuentes, tan cierto como que la inmensa mayoría de los delincuentes 

son pobres.



Hay valores que daban identidad a nuestra sociedad que se han escurrido a 
través de la enorme fractura moral y cultural producida por la última 

experiencia autoritaria y la corrupción cotidiana. 



La convivencia con un estado criminal no es gratuita y nos
hace entender  que hoy tengamos  que convivir  millones de 
compatriotas
condenados a no ser, mientras otros exhiben sus privilegios.



Un nuevo sistema de seguridad debe ser el resultado de la profunda 
transformación de todos sus actores. Más importante que modificar penas 

es conseguir la rápida aplicación de las existentes, cumpliendo así con la 

función docente de la ley que supone el castigo justo y rápido de los 

delincuentes y el respeto de los derechos de quienes no lo son.



En seguridad no hay nada más peligroso que carecer de una estrategia 
integral. Los golpes de efecto o las reacciones espasmódicas no sirven para 

otra cosa que para confundir, alimentando la desesperación ciudadana y 

creando el caldo de cultivo de un orden sin libertad.

Pronto analizaremos juntos otra forma de lucha para conseguir
un cambio real en nuestra seguridad.

Por el momento meditemos sobre el mensaje de las víctimas,
sobre la necesidad de buscar otros métodos de acción para
revertir este estado de inseguridad salvaje.

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